19 de noviembre de 2008

Somos un error peligroso (más allá de las imperfecciones que creamos)

Estoy escribiendo esto y lo hago con el miedo de que suceda otra vez. Al finalizar la escritura llega el primer mensaje de lo que hemos hecho, es decir, pareciera que siempre esperamos con miedo que un acto de libertad, como pudiera ser publicar, sea el formato que sea, tenga que tener obligatoriamente una respuesta. Yo me intento designar en el anonimato sustantivo. Escribo, cuento, digo, seguramente para arrepentirme dentro de unos días, pero siempre sucede otra vez. No puede ser que la creación en sí misma se haya convertido en contestataria desde el mismo momento en que es lanzada a un mundo globalizado, opinante y en su voracidad, perverso. Y así sucede una y otra vez. Terminas de escribir algo, una reflexión, un pensamiento, en definitiva, una preocupación, y la forma de exteriorizarla es pulsando el botón naranja denominado “publicar entrada” (nunca antes fue tan fácil). Ya intenté sin éxito sustituir la denominación del susodicho, en este tentativa loca por renombrar las cosas para cambiarlas de sentido o al menos para armonizarlas en función de la ficción en la que habito; mi nombre elegido era “gritar”. Lo que nunca pude imaginar era que tal acto iba a tener su primera repercusión en mi email personal: una notificación ipso facto de la publicación, que de forma inocente quiere informarme de que un contenido habita libre en el blog, llena un espacio más del libro vacío. Lo más asombroso de todo es que dicha comunicación se produce, muy al contrario del resto de emails que recibo, remarcada en un color rojo alarmante junto con una señal parecida a (x) y con un recado resaltado sobre un fondo amarillo que reza: “este mensaje podría ser peligroso” y matiza de forma objetiva “y puede causar serios problemas en su equipo”.
Tal vez lo más grave de esta situación es que me tengo que fiar de mi mismo y asumir el riesgo que entraña desbloquear el mensaje para ser consciente de lo que he escrito. Fin. Publicar Entrada.

4 comentarios:

Bárbara dijo...

Pues has descrito con exactitud el quid de la cuestión: somos peligrosos para nosotros mismos pero debemos confiar en nosotros... (¿cómo te salen esas frases: yo me intento designar en el anonimato sustantivo?, ¿acaso tiene que ver con tus lecturas hermeneúticas?)
em eencanta ese universo que levantado con los mensajes, los vacíos, los sielncios gritones y demás cosas. ¿Metabloguística podríamos llamarlo?

Conrado Arranz dijo...

Hola Bárbara, casi soy un ser hermenéutico porque me interpreto (mal) y progreso lentamente con las enseñanzas al respecto. Así que descartamos que salgan de ahí las reflexiones y se las dejamos a la hilaridad de breves espacios de tiempo (los que nos quedan). Besos metablogueros.

Anónimo dijo...

Yo no tengo tu problema, amigo Conrado: casi el único que deja algún comentario en mi blog eres tú...
Pero es que es normal: ¿a quién se le ocurre titular un blog "La ciudad invisible"? Claro, con ese nombre nadie la ve.
Pero nunca se sabe qué es mejor: hace unos años, colgué en la red una página web mía (no un blog, una web construida por mí) y un imbécil se dedicó durante meses a mandarme correos insultantes. Internet es un reflejo del mundo: lo mejor y lo peor tienen cabida en ella.

Conrado Arranz dijo...

Estoy seguro que tu blog lo visita mucha más gente y lo que sucede es que dejas a la gente con la boca abierta, lo cual es incompatible absolutamente con la actividad de comentar. ¿O no? Creo que un día voy a probar (la experiencia es un grado amigo Leandro)

 
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