30 de marzo de 2009

Confort

Y qué hay de cierto en la sensación, a veces monótona, que tienen las apariencias de mostrarnos como sujetos pasivos de recepción de las palabras que los otros expulsan. De esta misma forma la gente afila su idiosincrasia para lanzarla, en forma de lenguaje, contra un universo cuyos receptores (ora yo ora otros) hacemos nuestro, un universo lleno de cualidades que se han ido conformando bajo los influjos mágicos de la Naturaleza y confirmando bajo la atenta mirada de los estúpidos seres de palabra que, tal vez por esnobismo, egocentrismo o simplemente por inconsciente infantil, parapetamos en subterfugios semejantes a compartimentos estanco que también denominamos “diccionario” y que antaño fueran páginas en blanco, evocadoras tal vez de una virginidad necesaria en el paraíso de la literariedad.

Y todo lo anterior no deja de ser sino un entramado de nombramientos ambiguos y asociales que de alguna forma vienen provocados por la sensación de que algunos días soy blanco de las evocaciones poéticas del inconsciente mundano que circula frente a mí. Así, la semana pasada, durante todos los días, al terminar de cruzar el último paso de cebra que da acceso a mi trabajo, una mujer que dirigía un cochecito con un bebé, esperaba mi presencia para mirarme a los ojos y decir cosas como: “siempre tengo que estar pendiente de ti” o “te dije que tuvieras cuidado, ¿recuerdas?” o “ya vas allí, a cavar tu tumba”. Esos días regreso a casa con una cierta angustia existencial y, asaltado en el camino por millones de palabras que no se dejan escribir (ni siquiera en la libreta verde), acudo a mi ordenador que se debate en la negación sombría de escribir la palabra “yo”, y entonces sencillamente me siento a leer lo que otros escriben.


Desde aquí, desde este medio público de anonimato, y refugiado en mi más absurda negación e ignorancia, que la mayor parte de las veces me hace guardar silencio, pregunto, ¿conformamos las palabras o son ellas las que nos conforman? …y sé que lo lanzo al Universo como un arma arrojadiza, esperando tal vez nuevas personas al otro lado del paso de cebra porque la mujer con el bebé empieza ya a incomodarme.

Imagen tomada del blog “Páginas Sepia

24 de marzo de 2009

Fechas

Para Araceli



Tengo una libreta verde en la que sencillamente anoto la fecha de cada día y después la fecha de mi muerte, no sé muy bien en qué lo baso, pero siempre que escribo lo hago solo. La fecha va variando con el tiempo sin ninguna regla fija, a veces la franja es muy estrecha y el vértigo llega a posarse en mis mejillas resguardándose tal vez de la guadaña; lo que sí es cierto es que cuando el campo es amplio me siento perdido en un lodazal y, apenas termino de desenterrar mis piernas, un nuevo día caricaturiza de nuevo esta libreta de fechas que en un futuro quemaré, a mi lado, en silencio, durante el crepúsculo, solo al fin.


Imagen: "La puerta del cementerio", Marc Chagall

19 de marzo de 2009

Somos una comedia trágica

Cuando aquel hombre algo desaliñado pasó junto a nosotros, nunca imaginé que se agacharía para recoger un anillo dorado que al parecer se nos había caído. Yo le dije que enhorabuena, que no era nuestro y que el dueño de estos objetos perdidos y fungibles era el aventurero que los encontraba, le di incluso una palmadita en la espalda mientras seguía observando la torre Eiffel desde los Campos de Marte, pensando en si los españoles que atracaron en América pensarían lo mismo, me dio terror. Había visto algunos como él, al parecer gentes del centro de Europa, sin oficio conocido y que se pasaban largas jornadas persiguiendo turistas por las calles de la ciudad con una mano tendida su palma al cielo y con la otra al suelo, intentando introducirse en la mochila de algún despistado. “Monsieur”, escuché a mi espalda y el mismo aventurero se esforzaba en hacerme señas de demostración de la dificultad de encajar su dedo en el anillo (medía aproximadamente dos metros) y que me lo regalaba para mi mujer, al parecer era de oro. “Bueno, gracias”, reconozco que en ese momento la situación me empezaba a incomodar de alguna forma y escapaba del idilio de disfrutar la urbe alejado del resto de condición humana. Pero “Monsieur”, y me dijo que necesitaba comer y mi caridad le ayudaría, más si cabe cuando su benevolencia había quedado probada. Yo sólo lo miraba a los ojos y a través de ellos veía pasar imágenes que no estaban sucediendo en ese momento, la tragedia de encontrarme con personajes que entonaban melodías sobre los tejados y cortejos que discurrían sobre estrechas calles empedradas opacaban mi seriedad y frialdad a la hora de tratar cualquier asunto de permuta o fondo que entrañe negocio. Le di cinco euros, en conciencia de que ese es el precio que tiene en París un café en cualquiera de sus Bistros, pero no conforme extendió su palma de la mano hacia el cielo y siguió pidiendo, ahora la pupila había sufrido una dilatación ostensible y podía sentir cómo absorbía toda mi materia, dejando la esencia al crepitar de las hojas caídas frente a la Torre Eiffel. Estuvo así unos segundos hasta que dedujo por mi cara que no sólo había entendido el engaño, sino que además lo reforzaba; por supuesto yo en España de alguna forma también hacía lo mismo. Sufrimos una presión social, una vez considerada nuestra herencia, que nos fuerza a cometer acciones alejadas de lo que en realidad creemos ser; la picaresca al fin y al cabo siempre ha sido resultado del intelecto y huida del uso de la fuerza que la naturaleza y la ciencia confiere a algunos seres humanos. Se fue en silencio, al parecer más tarde corrió para doblar más deprisa el muro de la Escuela Militar, hacía un sol de los que llaman “de justicia” y su reflejo nos dejó ciegos por un momento, antes de volver a contemplar las cuantiosas toneladas de hierro empleadas para la construcción de una torre que Verlaine se negó a mirar.

*
*

"Entre rejas", Conrado Arranz, marzo 2009

*


*

*


Balzac también pensaba que las presiones sociales forjan a los hombres de toda una época e inició el vasto camino de una gran comedia, “La comedia humana”, en la que recopilar todas y cada una de sus novelas, escritos, artículos, estudios, que reflejaran de alguna forma un brillante mosaico de la sociedad francesa en la que cada uno de sus lectores se sintiera representado y confluido de las diferentes fuerzas que hacían dinámico al personaje, sin embargo una nota característica predominaba sobre las demás, era la que devolvía al hombre a su sencillez y arrojaba luz sobre el camino, la famosa esperanza que subyace a los hombres pesimistas, la que buscaba provocar la catarsis curativa. Bajo la robustez de su figura decimonónica, se encontraba un ser humano que luchaba de forma meticulosa por dibujar al hombre en su justa composición, sin embargo sólo un hombre pudo desnudarlo a él, y lo encontré muy cerca de los propios Campos de Marte, alguna hora más tarde del suceso contemporáneo narrado un poco más arriba, Auguste Rodin. Un paseo por su museo me devolvió la visión que en ese momento necesitaba y de alguna forma la obligación de compartirlo. Disfruten.


*
*
*

"Balzac por Rodin", Conrado Arranz, marzo 2009


*
*
*

Me quedan apenas dos noches y dos días para pasear por París, pero el bagaje de estos cinco días es delicioso bajo un sol inusual en la ciudad de la luz. Espero no haberos aburrido con este post con el que necesitaba saciar la necesidad de contar.

"Anochece sobre el Louvre", Conrado Arranz, marzo 2009

9 de marzo de 2009

Vigilantes

Ella grita de forma desesperada a un lado del grueso muro, dice cosas inconexas pero arroja al vacío una sonoridad insana para cualquier mente que pueda permanecer anclada a un puerto gris; está de pie y golpea el muro con los puños cerrados, confundo el dolor de la impotencia física con la espiritual. Él, sin embargo, yace inmóvil al otro lado de la fría frontera, levantada por seres semejantes, en su distinción; su cuerpo dibuja una escorzada forma de camarón aunque a mi no me da ninguna pena, es más, me resulta violentamente divertido su manera de retorcerse sobre el pavimento; emite un permanente sonido de queja sostenida en agudo. Los domingos se multiplican los cánticos a uno y otro lado, pero sólo yo, incólume y con un fusil sostenido por ambas manos, paseo por la parte más alta del muro escuchando lo que a cada uno le falta.

6 de marzo de 2009

Confesiones

Si hay alguien al que detesto a grandes rasgos es a ti, que lees una y otra vez lo que escribo como si no entendieras nada de lo que te cuento y, aunque crees que no lo sé, tachas una y otra vez algunas palabras e incluso las cambias de sentido buscando de alguna forma el tuyo propio; piensas que tal vez tendrías una trama mejor para contar la información que como granitos de arena he ido recopilando a lo largo del tiempo y, cuando no es así, te dedicas a escudriñar una a una las frases para encontrar alguna incongruencia y recordarme lo mal que escribo, a veces piensas que el espacio no es verosímil para la acción o la acción para el tiempo o el tiempo para el pensamiento; me tienes harto y, si no fuera porque realmente no sé muy bien quién eres, iría asfixiándote poco a poco hasta que entendieses tus propios errores en lugar de proyectarlos en mí y ¿es que acaso no te das cuenta de que tu mirada apenas aporta alguna información a lo que escribo? Siempre has sido un ignorante, un rufián, un impostor, mentiroso…

Y con la manga limpio el vaho que mi temperamento proyecta sobre el espejo del pasillo, antes de ir a la cama, cuando ya la pluma descansa en su refugio.


*Imagen: Lago de Pátzcuaro, desde lo alto de Janitzio. 2008. Harumi Lira.

2 de marzo de 2009

¿Acechamos o asechamos?

Últimamente (esto ya denota contemporaneidad) estoy demasiado quieto en esto de la escritura, sencillamente aguardo detrás de los arbustos de cualquier parque desde primerísima hora de la mañana y espero a que algo ocurra (acechar), después agarro mi pequeña libreta verde (a este ritmo dejará paso a la negra y de un tamaño mayor) y anoto compulsivamente todos los movimientos que ocurren en el espacio vacuo que hay frente a mí. Lo hago con una ligereza asombrosa porque sencillamente observo y transcribo, después de un tiempo siento cierta enfermedad, difícilmente atribuible al medio natural que levanta, pese a mi aprecio, fuertes alergias, enturbamiento, presión y un dolor de cabeza que me obliga a recorrer de vuelta a casa las aproximadamente nueve cuadras y pensar durante el camino la nueva jornada de observación que llevaré a cabo mañana; esto lo hago coincidiendo con el atardecer porque es cuando puedo ver el sol más cerca de la tierra y pienso que es uno de los nuestros, que sólo le falta desocuparse de su función de dar luz y sentirse humano (hecho que siempre sucede de noche). Cuando llego a casa y saludo con un beso en la mejilla a mi mujer, me siento en la cómoda hamaca del cuarto de invitados (después de cerrar la puerta) a repasar las notas del día y diseminar cuáles de ellas son ficción y cuales realidad (pongo una efe mayúscula o una ere minúscula), y gasto más tiempo en pensar en las que son realidad y en cómo me desharía de ellas encontrando un final verosímil. Y antes de acostarme, temprano y diligentemente al lado de mi mujer, pienso en el artículo que leí el otro día que afirmaba de forma categórica y segura que si te quedas en el paro hay dos cosas que no debes hacer:

1. Levantarte tarde.
2. Preparar unas oposiciones.

Así que a medida que pasan los días pienso, detrás de mi arbusto, si amarrando un billete de veinte euros a un banco entretendré lo suficiente al primer iluso que pase como para asestarle un golpe mortal en la nuca (asechar).

 
Add to Technorati Favorites
directorio de weblogs. bitadir