6 de noviembre de 2008

De Libros Incorregibles

He tenido visitas y algo común en ellas: no entendían por qué los libros se encontraban apilados en el suelo, en columnas, retorcidas, escorzadas, retando a la gravedad; encima de la primera de ellas, “Una soledad demasiado ruidosa” (Bohumil Hrabal), nada más allá en una colonia olvidada (por turistas e instituciones) de un barrio olvidado, al sureste de la capital del olvido. Jesús agarró el libro entre sus manos, lo intentó mantener en cierto equilibrio, calibrando tal vez el peso exacto que tiene el ruido en la soledad de la que se vio rodeado. Los pilares se iban sucediendo a lo ancho de toda la casa, aprovechando el que se encontraba más cercano al comedor había colocado una lámpara que me regalaron hace dos años y mantenía olvidada en un armario. Jesús se asomó a la habitación donde tiempo antes se encontraba la librería y apreció, no sin suspiros, que todo estaba allí: la mesa de trabajo, algo abandonada, los estantes, los cuadros que decoraban y servían de escapatoria a tanta letra, incluido el homenaje por el Partido Socialista Popular, aquí en Madrid, tras tres años desde la muerte de Allende; ni un solo libro respondía al eco de la voz de Jesús, preguntando qué había pasado. Las estanterías ceden al peso de los volúmenes, algunos de ellos ínfimos, portátiles, otros sin embargo abanderados de la rebeldía, y miré como poseído el lomo métrico de los “Diarios” de Gombrowicz que un día Seix Barral se atrevió a publicar para mi perdición. Sólo uno se mantenía enhiesto, aguantando la degradación y en equilibrio ante la vencida madera que apuntaba al suelo, decía “La tiniebla de la razón. La filosofía de María Zambrano”. Jesús apenas podía entender lo que había ocurrido en una casa que, visitada hace menos de un mes, acogía en extraña armonía al invitado y le acomodaba en el sofá tras pasear viendo lomos y lomos de libros pegados pero tan distantes en su concepción. Mi única respuesta, hasta ahora nunca planteada, a la persistencia racional del amigo fiel incapaz de entender (como yo) por qué los libros estaban apilados en el suelo, fue acudir a la hipótesis filosófica de argumentar a través de la consecuencia una explicación a la causa: “porque las estanterías están vacías”, afirmé y nunca más volvimos a tratar el tema.

No hay comentarios:

 
Add to Technorati Favorites
directorio de weblogs. bitadir