21 de noviembre de 2008

Cómo como peces

Mi amiga B. observa con gratitud un paisaje de un lago templado, sobre el que flotan pequeñas plataformas ancladas al fondo. Encima de cada una de ellas se asienta una diminuta casa, con ventanas y sus respectivas cortinas de censura, pintadas las cinco de colores cálidos pero llamativos en contraste con el verde de los bosques perimetrales y el azul oscuro de los fondos de agua enigmáticos. Mira también a Y., que cuelga un pequeño pájaro encerrado en su jaula en el punto más alto del vértice unión de las dos caídas del tejado. En cada casa habita temporalmente un pescador.

Mientras, C. asiste con asombro a la auto-mutilación de Y., que une cinco anzuelos y se los inserta en la garganta, amarra con firmeza el sedal de todos ellos en su mano derecha y tensa, tensa, tensa hasta desgarrar las cuerdas vocales mientras sus ojos se van tiñendo de la sangre del sufrimiento, mezcolanza del presente y del pasado. Cae al agua, las burbujas trepadoras de oxígeno se han teñido de carmín y Z. tiene que agarrar la caña, recoger el sedal y rescatarle de un mar en el que algunos peces siguen nadando heridos. En cada hombre habitan pedazos de carne desollada.

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