27 de octubre de 2009

Génesis y desaparición

“Señor, ya vienen, ¿habémonos de deshacer?”
(Relación de Michoacán, p.302)


Cada día por la mañana el telón que representa mis párpados se abre esperando que el sol siga exactamente en el mismo lugar en donde engendró a la tierra, justo en el lado opuesto en el que la luna poco antes ha desaparecido, esquiva como siempre de la luz, aunque algunas veces se asome al fruto de su creación a través de una velada cortina.

Otras veces me levanto por la noche, insensato, buscando soles en el interior del vehículo que me arrastra por el día a través de caminos aceptados, sí, pero para nada gratos.

Octubre, y más tratándose del final del mismo, se rellena de múltiples colores que nos recuerdan el caos, el triste martirio de los hombres, imposibilitados de ver las cosas en blanco y negro, nuestra propia esencia como seres humanos que vagamos en una confusa existencia plagada de objetos, la mayor parte inservibles, que colorean nuestro tono gris; hombres grises videntes de color.

Nado en el caos o tal vez el caos flote sobre mi nada. Llevo meses intentando ordenar el mismo, pero ni las fuerzas ni los resultados me acompañan. Para esto, la sociedad no ayuda, porque sigue su curso en apariencia ordenado y genera una especie de complejo provocado por lo inalcanzable de la perfección; su curso ordenado, pero sin saber qué curso. Ayer, tras muchos meses, hice un serio esfuerzo por no hacer nada con respecto a este caos, simplemente encender un foco que colgaba de un hierro negro que a su vez se sustentaba en la misma mesa en la que intentaba leer sin pensar en ese caos que seguía girando en torno a mi.

Me ayuda conocer algo de la historia de las culturas amerindias. Ellas estaban en contacto con la Naturaleza, conocían al hombre como parte de ella y por tanto nos convertían en seres imprevisibles pero dentro de un orden, seres ordenados pero originados por el caos. ¿Qué sería de esas culturas antiguas cuya filosofía fue erradicada a golpe de Renacimiento? Ellas siguen siendo eslabón silencioso de nuestra existencia, conscientes de que el hombre surgía del caos y hacia el caos se conducía, habitantes temporales de la tierra-madre que un día sería ocupada por otros hombres. Bajaron los brazos y permitieron la conquista por parte de hombres que portaban ese caos en forma de antorcha, oro, esmeraldas y un único Dios piadoso en el que se refugiaban para llevar a cabo la expoliación, masacre y redención de un pueblo en apariencia salvaje.

“Lo que distingue a los mitos de destrucción del mito del diluvio es que, en el pensamiento de los mexicas, la destrucción está ligada de manera explícita a la creación del mundo. Todo lo que han hecho los dioses está destinado a la destrucción. La vida en la tierra es sólo un breve instante entre el caos inicial y el caos final” (p.200. “El sueño mexicano o el pensamiento interrumpido”, J. –M. G. Le Clézio).

Pero los hombres que llevaban la civilización se aprovecharon de todas las profecías amerindias y se ampararon en ese Dios único que decía ser justo para hacer reinar el caos de la destrucción indígena. Antes más bien ya estaba profetizada por ellos:

Dice Napuctun, sacerdote maya: “Esto sucederá en el cielo y en la tierra, en el tiempo del Duodécimo año Tun. Arderá el cielo, arderá la tierra y reinará la avaricia. Esto sucederá a causa de la sequía. Entonces imploraremos a Hurab Kum, el Dios único, y los ojos del gobernador llorarán durante siete años de sequía…”.

Hemos instaurado una civilización duradera para con nosotros mismos, pero en un espacio que no está preparado para soportarnos durante mucho tiempo. Confieso que un día se me ocurrió recubrir toda mi casa de madera, hice cuantos armarios empotrados pude, mesillas de alcornoque, forré de una plancha fina todas las paredes, también las lamas sobre las que descanso toda la noche son de madera, y el suelo que me mantiene en pie de tarima flotante, qué paradójico nombre. Pero este caos ha traído consigo una plaga de insaciables termitas y cada día que llego a casa me encuentro un pedazo menos de mi existencia, de mi orden conquistado. Estoy experimentando la sensación de un perro errante al que le han extirpado su máxima: la soledad, sin la que no es posible pensar.


Imagen: Códice Florentino, Fray Bernardino de Sahagún.

19 de octubre de 2009

Una pesadilla llamada Diego Armando

Me prometía una y otra vez que no escribiría sobre esto, una y otra vez, casi tantas como el menos joven Pelusa (Oh Pelusa desde la fundación de su iglesia) repetía con fervor el salmo fálico con los ojos inyectados en sangre y una inquietud propia del que le pica más abajo. Pero ya se sabe, el cancionero popular del siglo veintiuno reza con exactitud: prometer, prometer hasta meter; por supuesto ni siquiera un gol. En esto de escribir hay una verdad como un templo (ahora que de nuevo se cruza el camino de la Iglesia con el sexo): si no escribes para sacarlo se queda dentro, y huyo, tengo pesadillas, me carcome las entrañas, navega como un submarino soviético en un lago sin fondo, la imagen de Diego en el autocar de la selección argentina, cerrando el puño y con un movimiento espasmódico y recurrente llevándolo repetidas veces hacia su boca. ¿Qué pensaría Freud de esta obsesión?

No anda tan perdido el Pelusa-entrenador por el área, siempre supo regatear bien a sus contrincantes, burlarse de ellos con un ligero movimiento pélvico, como bailarina de un club nocturno de Nápoles. El falo constituía en Grecia tema y motivo de algunos dramas satíricos, y la situación de Argentina antes de los dos últimos encuentros clasificatorios para el Mundial lo era. No es de extrañar entonces que su entrenador, profeta y Dios de la Iglesia maradoniana, encabezase la procesión ritual, agarrándose con firmeza a un repetido falo hasta entronizarlo en la prensa internacional, porque si algo tienen los medios de comunicación en el siglo veintiuno es la velocidad con la que transmiten la información y con la que nos machacan a los esporádicos (y no tanto) televidentes o radioyentes, una y otra vez, una y otra vez, casi tantas veces como si pareciera un orgasmo.

Prometí no escribir sobre ello, pero como lo he hecho, no tengo sino que restarle actualidad a este tema y recordar, a modo de indulgencia, la poesía del gran poeta latino Cayo Valerio Catulo.


ANFITRIÓN de las hambres, oh Aurelio, (léase Armando al efecto)
de éstas y de todas cuantas fueron,
cuantas son y serán en muchos años,
quieres dar por el culo a mis amores.
Con él estás, bromeas sin tapujos,
y pegado a su cuerpo intentas todo.
Pero en vano. Si algún engaño tramas,
antes has de catármela en tu boca.
Y, si tú bien comieras, callaría,
mas lamento que ahora a pasar hambre
y sed, pobre de mí, mi niño aprende.
Abandona con honra mientras puedas,
no tengas que acabar… pero mamándola.

(Catulo, Poesía completa, editorial Hiperión 1991 en versión castellana de Juan Manuel Rodríguez Tobal).

Imagen: ...capturada de la red. Músico-falo inca.

9 de octubre de 2009

Desde el burladero

Diario (9-octubre-2009)

Cada vez me gusta más ver la vida desde el burladero; qué espanto, antes disfrutaba intentando hacer equilibrios en el centro del ruedo, siempre desde una postura lo menos ostentosa posible, pero al fin y al cabo ahí, en esa plaza que está en perenne temblor y dónde de vez en cuando se produce un sobresalto, poco placentero ¿acaso existe otro tipo de sobresaltos?, a veces lo comparo con una frase rotunda que cae como una piedra sobre la conciencia: “tenemos que hablar” y de antemano sabes que no es nada bueno porque cuando sí lo es, no es necesario hacer alarde de esa preciosa facultad que nos delata como seres humanos, que nos alienta a seguir enredándonos como los peces en una profunda red, sólo somos dueños de nuestro silencio (y esta frase como imaginaréis no es mía, demasiado perfecta, demasiado pulida y suave en su forma de acariciar nuestras conciencias). Pero el caso es que desde aquí, desde el burladero, me libro de la multitud de cuernos afilados que circulan muy cerca de nosotros de forma asidua y veo los accidentes desde otra perspectiva: cómo se amistan y enemistan a través de la materia y opulencia, cómo se unen y desunen por medio de las palabras, de los gestos embaucadores, de las estocadas por la espalda, cómo algunos llevan el bolsillo descosido mientras que otros poseen un morral gris oscuro rebosante de pequeñas perlas doradas, cómo la mayoría se conforma con un buen lugar en la plaza, ora sol ora sombra, y de tan inmóviles que están a veces pareciera que desaparecen por completo. Son tiempos de crisis, económicas y humanas, tiempos de oportunidades dirán algunos, pero la realidad es que hay menos para repartir y ni siquiera para permanecer tranquilos en el nivel en el que hemos decidido conformarnos. Yo, por mi parte, y sin abandonar el burladero, me he acogido a una promoción absurda de un gran almacén: “Llévate este paraguas de viaje por compra igual o superior a 50 € en libros”; y es que se ha puesto a llover, a diluviar, a caer pequeñas balas de acero resplandecientes hacia abajo (esto es un pleonasmo dedicado a Newton y a ti que tanto los odias) y nada mejor que un buen libro para evitar que el paraguas sea atravesado, no obstante y por si acaso, he dejado a éste reposando sobre mi hombro, no sea que por inercia mágica y ficción me agarre tan fuerte a él que comience a elevarme por encima de todo este ruedo y bien está que disfrute viendo las cosas desde el burladero, pero salir volando, a estas alturas, me parece aún algo exagerado.


Imagen: santa publicidad de una gran multinacional también dedicada al mercado del libro.


Por cierto, luego me doy cuenta de que la promoción no es con cualquier libro... y entonces sí que voy encontrando mayores posibilidades al paraguas.

 
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