25 de octubre de 2008

Destinos

Para Elkin y Lorena


En fin, que ayer conocí al único hombre que he conocido, que nació de pie y lo hice, casualmente, tumbado.
Era un día para subirme a la terraza, que la llamo así pero en sí es el tejado, ya que la única escalera de acceso, de madera, se encuentra encerrada en el sótano de la comunidad para lo cuál imaginaréis que hay que realizar una serie de movimientos rituales que permiten su predisposición bajo la trampilla de acceso al tejado, que casualmente se encuentra nada más salir al descansillo de mi piso, en una tercera planta, displicente (mucho calor en verano, mucho frío en invierno).


Digo que ayer era el día idóneo para hacerlo, había cesado el temporal que duró un día y era el último del calendario de verano, hoy alguien seguramente próximo al mercado económico me regalará una hora para que la aproveche durmiendo y no tenga que encender ninguna luz antes de tiempo, aunque pensándolo bien duermo con la persiana bajada al máximo incluso la hago tomar impulso para que aplaste los pequeños intersticios por los que la burlona luz quiere entrar en mi inconsciencia.


La subida fue costosa como la última vez que accedí con Arturo para sentarnos durante horas a esperar la reproducción de sonidos con la que miméticamente nos sorprenden los vecinos inexistentes de arriba. Pero ayer subí para estar solo, me acomodé la vieja tumbona que un día alguien abandonó y fumé hasta quedarme dormido; al despertar, el sol estaba poniéndose sobre un Madrid que diluía sus gases en la atmósfera de todos y se tintaban de un gris rojizo. A mi lado, un señor negro mi miraba sorprendido de mi extrañeza y me dijo: "Ya me voy, me queda poco tiempo, ¿tienes un cigarro?" No especialmente, contesté. Hablamos de muchas cosas pero lo que más llamó mi atención era precisamente que él no podía entender como habiendo nacido de pie, con el esfuerzo consecuente de su madre (seis meses en la cama con fiebre después del hecho sísmico), podía fracasar en todos sus proyectos. Yo, al hilo, le dije que lo primero que vio mi madre fue la cabeza, pero mi padre la ocultó con premura debido a su deformidad y dicho acto me ha llevado a una búsqueda del fracaso, lejos por tanto de la casualidad, sino próximo a la intención.


En fin que, lejos de las diferencias, teníamos dos cosas importantes en común: estábamos en una terraza despidiéndonos del verano y a los dos nos iba de culo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sólo nos faltó haber nacido inalámbricos.
Ahora, a esperar siguientes atardeceres.
Un saludo.

 
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