5 de noviembre de 2007

Ser víctima de un mosquitocidio.

Las noches a veces son aliadas; de lo austero en los sueños, del fragor de los calentamientos, de la lectura interminable o escritura organizada o desestructurada en cuanto a las ideas. Las noches son poéticas porque minimizan los pensamientos más materialistas para profundizar en las sensaciones más espirituales. El rendimiento de una noche es incontestable ya estés dormido o despierto junto a tu ser amado.

Pero esta última noche, mi creación difusa sucumbió al escarnio de un ser tan incansable en sus objetivos como inerte en sus consecuencias. Comencé la noche, soñando en la animación de los libros que tenía Cortázar en su casa; bailaban apegados a mi cintura en un son que recordaba tal vez a la entrañable melodía que Roth escuchaba mientras dormía sus largas borracheras en París, muy cerca de la casa que después sería del propio Julio. Un zumbido sibilino, muy cercano a la oreja izquierda, empleaba los tonos de la escala musical, sacándome poco a poco del valioso sueño literario, numerosas veces anhelado. Un jadeo lo alejó, pero en ese momento me di cuenta de que tenía la mano derecha dormida, ya me había dejado su huella, la única que tienen los mosquitos: la tersa colina en llamas.

Sentí que un libro golpeaba mi cabeza, con extraordinaria levedad, mas bien podría decir que se trataba de una caricia bibliográfica (ya que en caso de dureza se denominaría bibliófila y de extremada dureza, bibliofóbica). El golpe me metía de lleno en un paisaje abisal, nadaba dentro de una burbuja sumido en la oscuridad y encontraba en mi camino peces que expulsaban burbujas con versos aislados que buscaban la libertad reptando hacia la claridad de la superficie; un “bloup” marcaba el ritmo de los versos. Pronto reconocí uno de Sabines pero vino acompañado de un zumbido que comenzaba a ser familiar y que, más allá de enriquecer el sueño, lo desvirtuaba hasta hacerlo desaparecer, difuminado en la oscuridad propia en la que mi cuarto se balancea en la madrugada.

Intenté localizar tan infame ser que osaba desvirtuar mi imaginación negada tantos años al inconsciente. Luché por dar cuenta y acallar sus hélices para siempre so pena de que el intento pudiera terminar con mi ego herido. Lucha vana la del soldado cansado de ir en búsqueda de aventuras en las profundidades inexploradas del contorno de la conciencia. Caí rendido y hastiado de pedir clemencia en mi infortunio.

Amanecí con dos picaduras reconocibles en uno y otro lado del anillo de compromiso. Me lo avisó toda la noche.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca dejaré de decir que contra la naturaleza no se puede luchar.

Me encantó la manera tan chistosa de cómo pudiste narrar un suceso tan molesto.

Eres mi escritor preferido!!!

Te amooooo.

Anónimo dijo...

Caray, amigo Conrado, el mosquito es el vampiro de los insectos. Cuidado. Pero aquí tienes un tema para un cuento muy bueno. Imagínate si huberas bebido alcohol antes de la picadura, tu casa para el mosquito, en lugar de "Casa tomada" habría sido "Casa mamada".

 
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