28 de noviembre de 2007

Agua

Lo hice otra vez. Me duché a oscuras. Cada vez son más las cosas que realizo sin luz. Pienso que he desarrollado una especie de sentido visionario en la oscuridad y como un autómata, sumido en la condición de hombre, me visto, desnudo, espío, camino por la casa, bebo y ahora me ducho, sin luz. Y es en esta actividad en la que he encontrado más acomodo; porque la ducha es un cúmulo de sensaciones que van apoderándose de tu cuerpo, llegando incluso a pensar que no lo puedes manejar: por ese período de tiempo no eres tú el que, a través del cerebro, controlas los movimientos.

Caen esas primeras gotas que desperezan, que sumen la piel seca e inviolable en un estado lascivo de humedad; ya unidas resbalan, recorriendo el cuerpo y generando surcos en las partes inferiores para cultivar en ellos cualquier fruto que combata la impudicia hacia nosotros mismos. Te enjabonas, pensando que serás el pasivo del sufrimiento de lo cotidiano que ayer fuiste. Pero el gel crea espuma al chocar repetidamente contra la piel, así como las olas muestran su disconformidad sobre los acantilados, vertiendo en ellos promesas de destrucción. Estás en peligro químico hasta el momento en el que el agua irrumpe de nuevo sobre la piel, aclarando cualquier duda acerca de la naturaleza.

A estas horas, no soy el único que se levanta: a través de la ventana opacada del baño, un luminoso tintineo de fluorescente me indica que hay vida más allá de mi oscuridad.

Me estoy secando, a oscuras, y es que si la limpieza decidiera, lo haría prefiriendo no ver nada.

1 comentario:

CANIZALES dijo...

Sobre nada, nadies y vacío, andamos en líneas similares. Borrar.

 
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