20 de mayo de 2009

Sobre la muerte de un poeta















Crecí, y cuando utilizo esta palabra, lo hago con la conciencia de que empecé a hacerlo en torno a los veintidós años, situación que me remonta ya a mi edad real: tengo siete años, aunque pronto cumpliré los ocho. Y a lo largo de este tiempo he vivido bajo la creencia absoluta de la inmortalidad de los poetas, aun con sus defectos. De hecho, en la actualidad vivo con Rafael Alberti, quiero decir, es huésped de la habitación de al lado; hace poco marcó para preguntarme si le podía dejar el cuarto de visitas por unos días, por supuesto accedí y el primero de mayo, recién llegó, estuvimos toda la tarde de plática en el parque de las siete tetas, muy cerquita de mi casa, me confesó que ya no podía escribir, puesto que la obra no tomaría cuerpo (presente), pero que de haberlo conocido antes, sería uno de sus espacios poéticos preferidos (intuía yo que era capaz de ver el mar desde allí). Ayer salí con una camiseta de rayas azules y blancas horizontales semejante a la de Rafael, aunque la mía lleva un ancla en el centro que nunca se despega. Por casualidad (circunstancia que no estaba prevista), acabé el día asistiendo al nacimiento de un nuevo poeta –miento– no es nuevo, es joven, pero no nuevo, lleva mucho tiempo escribiendo poesía, sintiendo poesía y esculpiendo las palabras para que encajen en un endecasílabo; tanto es así que acaba de ganar el premio Hiperión, y ayer lo recibía oficialmente, enhorabuena Francisco José Martínez Morán por tu cuidado poemario Tras la puerta tapiada, y por tu invitación. Y allí estaba en la última fila, sin Manolo García, pero con mi camiseta marinera, mis pelos desordenados en los que se asoma ya alguna cana, y mi cara de circunstancia social y no es que quiera ser alegoría de Alberti, que él decidió quedarse en casa. Y digo que asistí al nacimiento porque antes había asistido al funeral de Mario (no el personaje de Delibes como imaginaréis). Él decidió dejar este espacio sembrado de luchas irracionales con un ejemplo de activismo literario y filosófico, que es lo mismo que una ejecución de la utopía que todos llevamos dentro, muy sumergida, a veces escurridiza como un pez. A Alberti también le pesó la noticia sobre Mario, pero ayudó a sobrellevarla las historias que un amigo, vallekano también, le contó sobre el futuro puerto de mar de nuestro barrio, a él se le iluminaron sus pupilas (aunque ya lo había visto desde el parque). Se acerca el día en el que Rafael abandone el cuarto de invitados, y vuelva a su universo principal, el mismo que Mario ocupa ya desde hace unos pocos días. Prometo que el polvo en el que os habéis convertido no cubrirá los lomos de vuestros cuerpos. Mientras, unos, como Fran, labrando sus poemas y otros, como un servidor, deglutiéndolos con sigilo, seguiremos dando vida (humilde) a la poesía, musa de la utopía inmortal que con su canto nos traslada a ficciones verdaderas.


"El silencio del mar
brama un juicio infinito"
(el silencio del mar, Mario Benedetti)

3 comentarios:

eMiLiA dijo...

Muy lindas palabras.

Un abrazo!

:)

Araceli Esteves dijo...

Jo, que bella entrada.
El parque de las siete tetas es muy buen nombre para un parque.

Conrado Arranz dijo...

eMiLia, muchas gracias por tu visita, siempre bienvenida.

Araceli, más bellos son los poetas. El parque... una recomendación grande; es mi lugar de descanso en la ciudad. Un fuerte abrazo.

 
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