19 de marzo de 2009

Somos una comedia trágica

Cuando aquel hombre algo desaliñado pasó junto a nosotros, nunca imaginé que se agacharía para recoger un anillo dorado que al parecer se nos había caído. Yo le dije que enhorabuena, que no era nuestro y que el dueño de estos objetos perdidos y fungibles era el aventurero que los encontraba, le di incluso una palmadita en la espalda mientras seguía observando la torre Eiffel desde los Campos de Marte, pensando en si los españoles que atracaron en América pensarían lo mismo, me dio terror. Había visto algunos como él, al parecer gentes del centro de Europa, sin oficio conocido y que se pasaban largas jornadas persiguiendo turistas por las calles de la ciudad con una mano tendida su palma al cielo y con la otra al suelo, intentando introducirse en la mochila de algún despistado. “Monsieur”, escuché a mi espalda y el mismo aventurero se esforzaba en hacerme señas de demostración de la dificultad de encajar su dedo en el anillo (medía aproximadamente dos metros) y que me lo regalaba para mi mujer, al parecer era de oro. “Bueno, gracias”, reconozco que en ese momento la situación me empezaba a incomodar de alguna forma y escapaba del idilio de disfrutar la urbe alejado del resto de condición humana. Pero “Monsieur”, y me dijo que necesitaba comer y mi caridad le ayudaría, más si cabe cuando su benevolencia había quedado probada. Yo sólo lo miraba a los ojos y a través de ellos veía pasar imágenes que no estaban sucediendo en ese momento, la tragedia de encontrarme con personajes que entonaban melodías sobre los tejados y cortejos que discurrían sobre estrechas calles empedradas opacaban mi seriedad y frialdad a la hora de tratar cualquier asunto de permuta o fondo que entrañe negocio. Le di cinco euros, en conciencia de que ese es el precio que tiene en París un café en cualquiera de sus Bistros, pero no conforme extendió su palma de la mano hacia el cielo y siguió pidiendo, ahora la pupila había sufrido una dilatación ostensible y podía sentir cómo absorbía toda mi materia, dejando la esencia al crepitar de las hojas caídas frente a la Torre Eiffel. Estuvo así unos segundos hasta que dedujo por mi cara que no sólo había entendido el engaño, sino que además lo reforzaba; por supuesto yo en España de alguna forma también hacía lo mismo. Sufrimos una presión social, una vez considerada nuestra herencia, que nos fuerza a cometer acciones alejadas de lo que en realidad creemos ser; la picaresca al fin y al cabo siempre ha sido resultado del intelecto y huida del uso de la fuerza que la naturaleza y la ciencia confiere a algunos seres humanos. Se fue en silencio, al parecer más tarde corrió para doblar más deprisa el muro de la Escuela Militar, hacía un sol de los que llaman “de justicia” y su reflejo nos dejó ciegos por un momento, antes de volver a contemplar las cuantiosas toneladas de hierro empleadas para la construcción de una torre que Verlaine se negó a mirar.

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"Entre rejas", Conrado Arranz, marzo 2009

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Balzac también pensaba que las presiones sociales forjan a los hombres de toda una época e inició el vasto camino de una gran comedia, “La comedia humana”, en la que recopilar todas y cada una de sus novelas, escritos, artículos, estudios, que reflejaran de alguna forma un brillante mosaico de la sociedad francesa en la que cada uno de sus lectores se sintiera representado y confluido de las diferentes fuerzas que hacían dinámico al personaje, sin embargo una nota característica predominaba sobre las demás, era la que devolvía al hombre a su sencillez y arrojaba luz sobre el camino, la famosa esperanza que subyace a los hombres pesimistas, la que buscaba provocar la catarsis curativa. Bajo la robustez de su figura decimonónica, se encontraba un ser humano que luchaba de forma meticulosa por dibujar al hombre en su justa composición, sin embargo sólo un hombre pudo desnudarlo a él, y lo encontré muy cerca de los propios Campos de Marte, alguna hora más tarde del suceso contemporáneo narrado un poco más arriba, Auguste Rodin. Un paseo por su museo me devolvió la visión que en ese momento necesitaba y de alguna forma la obligación de compartirlo. Disfruten.


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"Balzac por Rodin", Conrado Arranz, marzo 2009


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Me quedan apenas dos noches y dos días para pasear por París, pero el bagaje de estos cinco días es delicioso bajo un sol inusual en la ciudad de la luz. Espero no haberos aburrido con este post con el que necesitaba saciar la necesidad de contar.

"Anochece sobre el Louvre", Conrado Arranz, marzo 2009

3 comentarios:

Feliciti dijo...

Espléndidos recuerdos me ha traído a mí también tu post.Saludos!

Araceli Esteves dijo...

Me ha parecido una entrada exquisita, profunda y sutil, inteligente seguro.
Un abrazo

Conrado Arranz dijo...

Gorocca, lo más importante es la evocación, así que objetivo cumplido. Un saludo.

El pasado que me espera, muchas gracias, al principio creía que te estabas autobiografiando (vaya palabra, ¿no?), Un abrazo y ánimo.

 
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