1 de diciembre de 2008

Del noble arte de facer política

…y de los problemas que éste entraña.

Todos los pueblos, al fin y al cabo tienen sus propios oráculos, o mejor podría decir que hay overbooking de “sacerdotes” que intentan asumir ese papel de interpretación de las verdades que provienen supuestamente de la deidad. En este campo de batalla, los hay quienes parten con ventaja de fe, encabezados por ilustres con báculo, mitra y anillo, dicen tomar café a primera hora de la mañana con el mismo culpable y codificador de mensajes, para posteriormente trasladarlos al púlpito de forma retórica y perdiendo la condición de hombre.

Pero hay otro grupo receptor de mensajes, teóricamente más sensibles al sentir de la sociedad, puesto que los elegimos de vez en cuando, y son aquellos que cívicamente conducen nuestros designios hacia la verdad (algún día podemos tratar tan enigmático y ubicuo término). Unos guiados por la interpretación de la avariciosa mano mágica que mece la cuna en la que dormimos y en la que sólo se escucha algún extraviado sollozo insensible al oído del resto; otros guiados por la misma mano pero en cuyo dorso se aprecia escrita la palabra conciencia con letras minúsculas; y los últimos, perdidos en la búsqueda de una interpretación que les mantenga vivos fuera del sistema pero actuando en él (lo que a la vista de cualquier iletrado como yo resulta bastante ambiguo).

El caso, para no ser muy reiterativo, y no escribir más de lo que merecen que diga, en la antigua Grecia normalmente, al menos coincidiendo con el auge de la poesía como ciencia elevada, los sacerdotes y sacerdotisas, encargados de la labor interpretativa, codificaban a través de ella los mensajes llegados por medio del oráculo. Eran, por tanto, los encargados de evacuar mensajes cifrados por medio de la poesía a la individualidad o a la colectividad para prepararlos de sus designios. Dichos mensajes, especialmente por la trascendencia social que tenían, poseían una forma clara a fin de que pudieran ser entendidos por todos y ser libres de interpretaciones perniciosas y subjetivas. Pero (siempre lo hay) había una excepción (siempre la hay también) por la cual estos interpretadores podían codificar poéticamente de forma más compleja dichos mensajes: cuando era un gobernante el que consultaba sus planes con el oráculo, y éste arrojaba conclusiones desfavorables a los mismos. Por miedo a la reacción.

Hoy tengo la sensación de que por más mensajes que el oráculo contemporáneo arroje con fuerza sobre nosotros, el noble arte de facer política, no sólo se empeña en no descifrarlos, sino en hacer lo contrario de las acciones que beneficiarían al común de la sociedad. Pues bien, a todos ellos, sacerdotes y sacerdotisas, Pitias o Sibilas, del noble arte, les dejo esta poesía de Caballero Bonald, de su “Manual de Infractores”; aunque siento que es el eco de una piedra lanzada al océano de canto.


Huyo a veces de mí
J.M.Caballero Bonald

Huyo a veces de mí sin darme cuenta,
huyo de mi deshonra
y a escondidas,
y a veces huyo sin saber adónde.

Casi siempre me acerco hasta algún súbito
reclamo del pasado y sin embargo
me pierdo en los penosos
suburbios de las negligencias.
allí donde conviven victimarios y víctimas
y nadie reconoce al fugitivo.

Quédate donde estás (me oigo decir),
pero yo ya me he ido
del lugar en que estaba, aquel que a mi pesar
ocuparon mis propias deserciones.

Llego a un pulcro paraje de apocados,
de inocentes obtusos y seguros
culpables, llego también ufanamente
al territorio de los transgresores.

Allí vuelvo a escapar del que se escapa.
mejor esa infidencia que ejercer de obediente.

2 comentarios:

Bárbara dijo...

Qué bueno, el Caballero. Resulta duro, nos pasamos la vida persiguiéndonos a nosotros mismos, tratando de alcanzarnos y sólo lo conseguimos al final, cuando nos llega o llegamos a la muerte. Fin de la carrera.
Respecto al noble arte, ¿quieres decir que si los políticos leyeran más poesía serían mejores políticos?

Conrado Arranz dijo...

Digamos que podríamos conformarnos (¿he dicho conformarnos?) con que supieran interpretar la poesía más límpida, pero a su vez, hay que hacer un trabajo previo ¿cuál es el oráculo contemporáneo?, ¿qué señales nos envía?, ¿cómo respondemos? En fin, no sé si las respuestas son fáciles o difíciles aunque creo que las acciones carecen de valentía en cualquier caso.

 
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