18 de octubre de 2007

El Recorte.

Vivía (en toda la extensión de la palabra) en una especie de cuarto, de unos quince metros cuadrados, bajo sin puerta de un modesto edificio de un barrio de Madrid. En él, se le desvanecía la vida, a veces con pausas marcadas por una copita de anís; pero en un bar cercano, no crean, ya que sus limitaciones apenas le permitían desplazarse con cierta celeridad para volver al trabajo. Su profesión se había convertido en el tiempo y cualquier espacio diferente constituía un avance. Cosía porque opinaba, ya desde la infancia, que el mundo tenía suficientes heridas; pronto se le quedó grande la empresa y escuchó en sus clases de Filosofía el sentido del materialismo. La espiritualidad la perdió el día que entendió que los hombres no se enfrentaban desnudos a la Historia y entonces puso todo el empeño en que, al menos, pudieran hacerlo con vestidos que se ajustaran a sus cuerpos; era lo que él llamaba justicia.

Comenzó a acumular cientos de ropajes por todos los rincones de la sala. Las prendas incluso parecían saltar para agarrarse con firmeza a las paredes y conseguían amontonarse, quizá para dar la sensación de eternidad en el trabajo o de utopía, porque no todos lo interpretamos igual. Con el paso de los años el lugar alcanzó a identificarse con la melancolía y aquél costurero de barrio, que lucía en sus paseos al bar una acuciante cojera de la pierna izquierda, contestaba con un “quién sabe” cuando le preguntaban por las indumentarias que un día recibiera y analizara de forma prolija.


Aquélla mañana de octubre, la música a la que nos tenía acostumbrados quedó enganchada en un tango de Gardel. Fuimos varios los vecinos que nos asomamos a su ventana para ver, tras el dibujo violento de las rejas, el cuerpo apacible de sastre, tendido en el suelo, con innumerables brechas abiertas. “Él, que lo cosía todo”, dijo la camarera del bar.

2 comentarios:

Emma dijo...

Que buen cuento. Me gustó. El final me dejó media desconcertada, está bueno.

Anónimo dijo...

Conra, por dios...deja de matar a gente...

 
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