1 de diciembre de 2009

José Emilio Pacheco

Probablemente, nunca me he alegrado tanto de que alguien reciba un premio, sea cual fuere, sí alguna beca de investigación o de creación, pero nunca un premio, siempre me han parecido descontextualizados, insensatos, ya no otorgados de antemano, pero sí falaces, todo por el mero hecho de tener que emitir un juicio sobre una obra que no pertenece al modesto examinador, criticar de antemano, rechazar, quemar manuscritos, valorar una obra a salto de párrafo, sin dejar que de las letras escurran tan siquiera pequeñas lágrimas negras; para descargo de esto debo decir también que jamás he sido premiado, tampoco me lo merezco, con lo cual esto es un voto de confianza a esos jurados… y conste que defiendo la posición de juez de concurso, al fin y al cabo esta vida deshumanizada (y no en el sentido de Ortega y Gasset) nos obliga cada vez más a comportarnos como pícaros, y decía Alfonso Reyes que el procedimiento picaresco de “trabajar para comer” lo que hace es encubrir nuestra mendicidad. Así que si hay que ser mendigo disfrazado de pícaro, qué mejor que hacerlo leyendo y desechando manuscritos a realizar aburridos trámites burocráticos como yo, prácticamente a imagen y semejanza de Martín Santomé, en La Tregua.

Dicho el responso en letra chica, comienzo el exordio en letra grande: cuánto me alegro de corazón que José Emilio Pacheco gane el Premio Cervantes de las Letras, no por lo que representa, sino por él, seguramente la persona más humilde que he conocido nunca. La historia se remonta a la lectura de “Las batallas en el desierto”, libro que, después de haber leído su poesía, anhelaba tener, palpar y como luego sucedió: devorarlo en unas horitas, haciéndome plantear mi pasado, como si de un ensayo sobre el psicoanálisis se tratara. Este libro nos lo regaló un gran amigo mexicano, escritor, en cuya primera página, esa completamente blanca que tanto miedo da al abrir, dispuso su dedicatoria personal. Después, ya en noviembre del corriente año, tuve la oportunidad de conocer en persona al autor, en Casa de América, escucharlo recitar y aportar los datos biográficos en cada nuevo poema publicado con Visor. Fue una tarde apacible, no parecía que estuviésemos en una conferencia o lectura, sino en un son armónico, donde circulaban las palabras humildes, cotidianas, sin moldes, algo traviesas y de una velada subversión, buscando acomodo en la aristocrática sala del Palacio de Linares. Buena presentación del poeta Benjamín Prado, rigurosa, halagadora hacia la figura del que es uno de los mejores poetas vivos de la lengua castellana, resuenan Gamoneda y Gelman también. José Emilio Pacheco habló con el corazón en la mano y sin ropajes, descubriéndonos a todos el mendigo literario que tiene dentro, sin picaresca, el ansia de que la letras mexicanas sean reconocidas como se merecen, de que nos interesemos en los jóvenes poetas, en su pureza y empuje (yo aporto dos nombres que no dejarán indiferentes, Emiliano Álvarez, Anaïs Abreu), la literatura no es sólo lo que se promociona, sino lo auténtico y original que tenemos cada uno dentro, José Emilio no rechaza nunca ningún escrito que provenga de un joven escritor, así ocurrió ese mismo día al aceptar la primera novela de Francisco Negrete con un auténtico “por supuesto, la leeré”. Nos confesó que había decidido hace cinco años no volver a escribir por una ilusa sensación de exceso de obra, pero que pensó que si no hablaba él desde la vejez lo harían otros en su nombre, y se lo agradece, pero prefiere hacerlo él, si vive. También reveló que la vejez no le hace más clarividente (“ya os daréis cuenta”), y que cuándo le preguntan algo sobre el futuro, suele responder “de 2010 a 2020 van a ocurrir todas las cosas que menos imaginemos…, pensando de esta forma nunca se falla”. De su obra le cuesta mucho hablar, “sólo” cuenta cómo surgió el poema, dónde, en qué hecho que para muchos parecería sin importancia, y si le obligan a decantarse afirma, “sí, hay una cosa que hago maravillosamente, poner grandes epílogos que opacan mi poesía”. Como la sinceridad a veces se adueña de las palabras… nos acercamos, al final del encuentro, a que nos firmara la edición de “Las batallas en el desierto”, le hizo mucha ilusión encontrársela y al ver que la primera página estaba ya firmada dijo, “pues yo aquí abajito, que no se me vea mucho, porque no hay nada más puro que el sublime acto de regalar un libro…” y puso su dedicatoria, aprovechando los nombres de la anterior y escribiendo algo que a día de hoy no alcanzamos todavía a descifrar.

¿No he escrito demasiado para decir que mi idilio comenzó con una sencilla lectura, se consolidó con sus poemas y no me defraudó con su presencia? Creo que sí, como no podría ser de otra forma, no he estado a la altura de José Emilio.





Imagen: José Emilio Pacheco visto por Sciammarella

4 comentarios:

Magda Díaz Morales dijo...

Es un excelente poeta. Como persona no ha "perdido el tapete", es sencillo y encantador.

Aprovecho la ocasión para dejarte un abrazo en estas fiestas decembrinas. Qué la pases muy contento.

Anónimo dijo...

Conrado, te agradezco mucho que me escribas. estoy de acuerdo contigo en lo de los audiovisuales, siempre tiene que predominar la palabra.
es un poco como en el cine dogma donde lo esencial es el actor y, por ello, se le despoja de todos los artificios que lo disfrazan (escenario, atrezo, efectos especiales).
la verdad es que formar parte del "grupo de los sosos", al principio, me echó un poco para atrás (casi me arrepiento de no haber hecho algo más elaborado), pero luego me fui animando, sobre todo porque hubo gente a la que le supuso algo así como un respiro entre tanto ornato-tecnológico jajaja
así que, mil gracias, de verdad. espero que volvamos a coincidir.

un abrazo
B.

Emiliano Álvarez dijo...

Hermano! Favor que nos haces, mencionándonos en esta nota tan sincera y tan linda.

Te quiero y admiro mucho. Muchas gracias por el apoyo de siempre.

Un abrazo enorme.

Conrado Arranz dijo...

Magda, en lo cierto: me quito el sombrero ante su persona. Felicidades a ti también, esperemos que el 2010 traiga muchas letras bien escogidas. Un fuerte abrazo.

chincheta, nada que agradecer, en ese caso era un simple espectador objetivo. Sigue apostando por la palabra evocadora (es la única incorrupta de vicios).

Emiliano, qué decirte, no es favor, es sincera vuestra presencia. Me alegran mucho tus éxitos... aunque mucho más tu poesía. Yo también te quiero, recibe un fuerte abrazo... desde tierras que esperan.

 
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