12 de noviembre de 2009

REVUELTO, un día cualquiera de otoño

Que seguramente la hojarasca sea culpable del abismo a-corde en el que me encuentro nadie lo discute, pero que no me deje apenas hilar alguna idea lúcida o cuanto menos prolongada respecto a lo que sucede en derredor es cuestión esta imperdonable, si es que acaso soy acreedor de este don.

Esta mañana, gracias a un extraño intercambio mercantil que nos posibilita a los lectores de la prensa husmear en noticias o artículos de otras partes del mundo, he tenido acceso a un diario de Moscú que, con inusitada preocupación, se hacía eco de las medidas tomadas por el gobierno ruso para evitar, o cuanto menos acrecentar, los casos de pérdidas humanas al ir a buscar setas, variante popular esta de la leyenda urbana de ir a comprar tabaco (que cuenta con elementos y argumentos más burgueses).

Me podía haber entretenido más tiempo en la noticia que, a modo de rectángulo maldito, destacaba las palabras de un tal Juan Antonio Martínez Camino (portavoz de los obispos), cuan verosímil y delibesiano personaje de El Hereje, proclamaba: “indudablemente, los que apoyen la ley de la interrupción del embarazo incurrirán en pecado mortal público”, creo que matizó el carácter de público por si acaso mandaba al infierno (por analogía) a alguno de los suyos; pero en fin, como hace tanto tiempo que Dios los abandonó a su suerte, pensé que sería insignificante el hecho de que yo también lo hiciera y decidí no darle más protagonismo al susodicho sujeto.

Durante el contoneo del periódico, me entretuve entonces en el referenciado artículo sobre las desapariciones de ciudadanos rusos en los bosques. Al parecer, es una vetusta tradición que, como si se tratara de un día en soledad rodeado de naturaleza, dichos ciudadanos abandonen la ciudad y se inserten en inhóspitos parajes húmedos, esperando que el sol riegue los pastos y clarividencie la existencia de tan preciadas setas. Tal es el afán y supongo la reflexión humana que, en muchas ocasiones, el hombre, ajeno a la comprensión de las leyes de la naturaleza, pierde sus pasos y queda enjaulado en el mismo lugar de donde cuentan que nació. En ocasiones, hay testimonios rurales que afirman escuchar gritos desesperados en las profundidades de dichos bosques rusos, siempre bajo la inocencia de la obscuridad; otras, el urbanita aparece con barba de muchos días y una mirada perdida de la que no se sabe si responde a la profundidad del encuentro con su propio ser (una especie de ontología onírica) o a la oquedad de la naturaleza; las menos veces, ni siquiera aparece rastro del cuerpo para lo cual son los hombres los que acuden a dos posibles respuestas: en primer lugar, beber de las fuentes de la mitología universal y acudir al paganismo, y en segundo lugar, aplicar la racionalidad sobre el buen hacer de los osos, claros dominadores del terreno, que propician la profunda sepultura de sus presas.

Tal vez me he extendido demasiado en la explicación cuando en lo que en realidad me gustaría entretenerme es en la solución que propone el gobierno ruso (y el mismo diario lo publicita páginas más tarde, como no podía ser de otra forma): un gps micológico, que te permite conocer las mejores zonas, memorizar los lugares donde ya antes has encontrado setas, para que al año siguiente no sea labor tan difícil, trazar rutas eficientes con el esfuerzo de un ser humano acostumbrado a la ciudad y, por supuesto, proporcionar una salida justa y eficaz del laberinto natural en el que nos habíamos metido (sirvan estas líneas de homenaje a Matías Prats padre en El precio justo).

Distracciones cómicas a parte, los abuelos del lugar lo tienen claro: si dichos sujetos fuesen del pueblo no pasaría eso, afirman. Ayer, tuve el placer de escuchar a Carlos Reygadas en Casa de América, retuve una pregunta que formuló al aire y que tiene mucho que ver con esta situación por cuanto la simplifica, ¿por qué los hombres construimos cosas inútiles? (somos los únicos seres vivos que hacemos esto), y peor aún, ¿por qué son precisamente esas cosas inútiles las que realmente nos definen y nos hacen pertenecer a la sociedad para con el resto de seres humanos? (Aprovecho para agradecer a Carlos las preguntas al aire y el haber cumplido el propósito esencial de mi asistencia: comprender un poco más su última película, Luz silenciosa y el paradigmático salto con su anterior largometraje, Batalla en el cielo).

Y es que estamos abandonando la Naturaleza, sólo recurrimos a ella para exprimirla y alimentar nuestros objetos inútiles; ya no hablamos el mismo idioma, algunos seres humanos pedimos socorro, pero ella no nos entiende, guarda silencio, la semilla de nuestro propio lenguaje manipulado. Octavio Paz, en el inicio de El laberinto de la soledad, dice: “El descubrimiento de nosotros mismos se manifiesta como un sabernos solos; entre el mundo y nosotros se abre una impalpable, transparente muralla: la de nuestra conciencia”.

Han caído muchos muros, pero los más difíciles siguen habitando en nosotros; tal vez perdernos por los bosques rusos, sin gps, buscando setas y sin encontrar la salida, sea un primer paso para derribarlos o tal vez no.

2 comentarios:

Miguel Baquero dijo...

Es mejor, sin duda, la variante burguesa de ir a comprar tabaco. También por qué, quieras que no, desde que ya la gente fuma menos y sólo se vende en según que bares, han descendido mucho los abandonos del hogar.

De todos modos, habría que analizar, quizás, el favor V (de vodka) en las extrañas desapariciones rusas

Conrado Arranz dijo...

Miguel Baquero, efectivamente, hay toda una red de variantes para la desaparición; es más, no sería insensato encontrar en el abecedario sus diferentes correspondencias. Tantos factores como letras, luego seguiríamos con los sonidos...
Este es tu libro vacío también. Por cierto, me hizo mucha ilusión encontrar en mi librería, Muga, tu Vida de Martín Pijo, espero tener la oportunidad de leerla. Un fuerte abrazo.

 
Add to Technorati Favorites
directorio de weblogs. bitadir