21 de enero de 2009

Memoria y tra(d)ición

desde la ambivalencia


Sé lo que le está pasando por la cabeza. Regresará a esa ciudad bendita y maldita a la vez, encontrará que nada ha cambiado desde su partida, como mucho alguna carretera se elevará de nuevo al cielo como solución sostenible y volverá a ver los tejados de cientos de casas a sus pies, a lo mejor con suerte ya está proyectado un tercer piso sobre el periférico, cuitas del destino, ya sabe que descender a los infiernos en la Ciudad es imposible, encontrarían agua divina, por eso el infierno lo vivimos aquí arribita, al mero lado de uno, en cuanto menos se lo espera alguien le sonríe con una máscara de tela, sólo Mariana era capaz de dibujar una sonrisa de carmín en ella. Luego los carriles bici también ascienden destrozando las piernas, el caso es sufrir para ascender, que para el llano ya están los motores. Sé que lo recuerda, no disimule, su tránsito por la calzada Ignacio Zaragoza, que por aquellos tiempos desprendía un olor gris y rancio a despedida, tal vez provocado por las constantes lluvias veraniegas, sí, también por encima de los tejados, hoy más desgastados que nunca, créame, por la devaluación, que encarece entre otros el papel higiénico hasta límites insospechados, ya ni siquiera podremos limpiarnos el culo y lo peor es que se escocerá sin duda y tendremos que andar con las piernas abiertas para burla de nuestros representantes. Pero esa carretera sigue alzada para el acceso al aeropuerto; los pilares que la sustentan sirven de puntos de apoyo a las casas indecentes y asfixiantes de cientos de familias que con el ocaso acudirán a las verjas transparentes del Benito Juárez para observar cómo despegan los aviones mientras muerden con violencia sus elotes. Y llorarán de nuevo amigos, usted por pisar otra vez esos cientos de tejados antes de marchar con impotencia y ella por desprenderse de los brazos, amorfos ya por sus intentos desesperados de estirarse hasta cruzar el océano. Ándele, pero sonría pues. Usted se irá.

3 comentarios:

Bárbara dijo...

A las ciudades también se las ama y se las odia. ¿esta ciudad misteriosa, cuál es?

Conrado Arranz dijo...

La Ciudad, con mayúsculas, la de México, lugar dónde todo puede suceder. Tan apasionante como desbordante. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Bueno, si de aviones se trata, yo he vivido siempre en el Corredor del Henares y, entre Barajas y la base de Torrejón de Ardoz, nos sobrevuelan a diario toneladas de aluminio, queroseno y bandejas de "catering". Te diré que algún vecino ha llegado a encontrarse con una azafata caída en la terraza (a mí nunca me ha pasado eso, fíjate, los hay con suerte...).

 
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