7 de diciembre de 2008

Evité un crimen escénico

Después de muchos años de ausencia, alejado sin querer o a propósito de una incomprensible enfermedad, volví a reencontrarme con él. Ya no lo veía con la misma óptica después de la intensa función del pasado viernes. Él me miraba y yo intuía cierta pena, recelo o sencilla necedad en su gesto, entendí por otro lado que era semejante al papel que representaba, aunque en realidad se encontraba tan cerca de mí que sus gestos no guardaban la suficiente distancia como para poderlos interpretar. Al fin y al cabo no le quedó más remedio que formular la precisa frase, tras segundos de incertidumbre, que le abalanzaría sobre mí, “querido amigo” y me abrazó con una desgana propia del cansado y afligido. Yo le correspondí puesto que era fin y no cordialidad. “Cuánto tiempo” y apretaba con mi cultivado brazo su cuello mientras que su olor iba convirtiendo en vapor mis lentes. Unos leves accesos de tos, que parecían semejar la incredulidad del reencuentro, me dirigían por el camino de oscuridad que había decidido emprender mientras le observaba. Una cortina negra, a modo de fin de escena, se apoderaba de su mirada y ocultaba para su vida lo que a mi espalda había dejado momentos antes. Miento si no confirmo que intentó sacar las pocas fuerzas que le quedaban después de la intensa representación, pero fueron escasas para mis años de estrategia. Cuando terminó el abrazo que sellaba el cruce, cayó a mis pies, resonando como expiación el golpe de su cráneo contra el cemento mojado. La siguiente función había congregado a cientos de espectadores a la entrada del teatro; se habían hecho eco de las críticas aparecidas en los principales magazines culturales de la ciudad. En la puerta, un letrero con fondo blanco amarrado con cuerdas en las verjas de la entrada, rezaba: “Se suspenden las sesiones debido al inesperado asesinato de Raskolnikov”. Allí empezaba la reafirmación de mi teoría y el inicio de una huida cuyo fin no encuentro.

2 comentarios:

Bárbara dijo...

Yo también huyo, y eso que ya nadie me persigue. Igual nos encontramos en la huida y nos tomamos un café como forajidos, de forma apresurada, y sin azúcar, claro...
Un abrazo, homicida

Conrado Arranz dijo...

Antes hay que trazar un plan. ¿Cuándo empezamos?

 
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